EL DESIERTO NO PODRA CONMIGO

El sol quemaba la piel de cualquiera que osara desafiarlo, el polvo de la tierra estaba tan caliente, cuál olla hirviendo en una fogata, si hasta los pocos animales escapaban buscando refugio de los letales rayos…, era el desierto de Beerseba que recibía con sus brazos cadavéricos a Agar, la pobre mujer cuyo único pecado fue entregarse al Patriarca y parir un hijo para él. Mientras erraba por el desierto de un lugar a otro, se preguntaba: ¿Dónde estás, oh Dios? Y seguía caminando con sus pies hinchados y mirando a su hijo para ver si seguía con vida mientras se decía… “El desierto no podrá conmigo”.

Sara fue astuta, claro que sí. Sabía muy bien que no podía expulsar al hijo primogénito de su esposo, las leyes de Nuzi lo impedían y Abraham las obedecía. “¿Qué hacer?” —se dijo ella—, “¿cómo hago para que esa esclava desaparezca de mi vista?”. Un día Ismael se burló de su hijo y Agar la miraba con desprecio —o al menos eso percibía ella—, y en cuestión de percepciones todo puede suceder. “Esta es la razón que necesito”, dijo para sí.

Sin embargo, su motivación primera no era proteger al niño Isaac de las burlas del adolescente Ismael, sino asegurar la herencia completa a su hijo, pues según un código legal antiguo, el mayor de los hijos se llevaba casi todo e Ismael era primogénito por nacimiento… ¡Y ella no permitiría tal cosa! “¿En qué estaba pensando cuando entregué a esa cualquiera en los brazos de mi esposo?”, se reprochaba constantemente cuando la veía joven y atractiva, al menos muchos años menos que ella.

Y como si de un arquitecto dibujando los planos para una construcción, la tal Sara ideó un plan maquiavélico para deshacerse de la amenaza. Tenía que buscar el momento preciso para hacerle ver a su marido la peligrosa situación que corría Isaac —¿o quizá ella?—. Así que sin tapujos ni remordimientos le dijo: “¡Echa de aquí a esa esclava y su hijo! El hijo de esa jamás tendrá parte con la herencia de mi hijo”; y el muy sometido así lo hizo… expulsó del campamento a Agar y al joven de 14 años, Ismael, su hijo… ¡Su propio hijo! Las leyes de Nuzi decían que únicamente el esposo podía dar carta de divorcio a la primera o segunda esposa, y al expulsarla del hogar, los hijos de la expulsada quedaban sin herencia, “sin pan ni pedazo”. De nada le sirvió al anciano patriarca angustiarse por su hijo, a fin de cuentas igual los expulsó sin miramientos; seguramente lloró cuando les comunicó la noticia, pero fueron “lágrimas de cocodrilo”. Me pregunto entonces, ¿qué sentimientos y resentimientos se produjeron en la vida de Ismael al ver a su padre actuar así? Pero Dios tenía un plan oculto, mejor que el de Sara, por cierto: se haría cargo de la tamaña irresponsabilidad de Abraham, como suele hacerlo con las estupideces de los humanos… “Oh, Dios, perdóname por las tonteras que a veces cometo y ayúdame a asumir la responsabilidad de mis actos”.

Partió, pues, Agar y su hijo, expulsada como una maldita al destierro, condenada a muerte, pues el desierto no perdona, y a muerte digo por el inclemente clima que le aguardaba, como por la raquítica provisión que Abraham le había preparado, apenas un pan y un poco de agua puso en su hombro…, ¡¿en qué rayos pensabas anciano senil?! ¿¡crees que con esa mísera porción sobrevivirían madre e hijo?! Los entregaste a los chacales y tú bien lo sabes. Y con eso en mano, inició la caminata del suicidio, arrastrando emociones, sensaciones y desilusiones… su marido la había desechado como si de un objeto cualquiera se tratara, pero ella se decía, “el desierto no podrá conmigo”, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

¿Cuántos días vagaron por los valles de Beerseba? No lo sé con exactitud, pero lo suficiente como para acabar la provisión que llevaban y luego dejarse morir. ¿Días o semanas? Da lo mismo, las jornadas en el desierto son todas iguales…, ¡terriblemente espantosas!, y ella vagó con su hijo como fantasmas en busca de consuelo.

Agar, espantada con la sola idea de ver a su hijo sufrir las secuelas de la inanición y el calor sofocante del desierto —ingredientes para un deceso seguro—, lo dejó debajo de un arbusto para luego retirarse a una distancia prudente y verlo morir. Y es que, ¿qué madre tiene la fortaleza suficiente para ver a su hijo partir del mundo de los vivos sin poder hacer nada para impedirlo?

Entonces Ismael comenzó a llorar, apenas derramaba lágrimas porque estaba deshidratado, pero él gemía. El adolescente lloraba y parecía un animalito herido, y su madre lo oía desde lejos, se tapaba los oídos para superar el tormento y se daba de cabezazos contra el suelo como intentando perder la razón, porque la angustia era mucha, pero los alaridos del niño llegaban hasta su corazón y nada podía hacer para ayudarlo. Y el niño-adolescente seguía llorando, gimiendo, gritando de dolor…, la muerte venía por él y lo estaba atormentando. Y mientras descendía al Seol el muchacho se preguntaba, “¿dónde estás papá? ¿Qué hice mal para que te enojaras conmigo? ¿Tan malo soy que no me quieres”? Y su mente saltaba de escena en escena, su vida pasaba frente a sus ojos en fracción de minutos. De ser príncipe ahora era un mendigo moribundo.

De pronto, y de la nada misma, un ángel de Dios le dijo a la mujer…, “¿qué te pasa Agar?”. Ella pensó que se estaba volviendo loca, que estaba delirando producto del hambre, la sed y el calor, y antes de responder el ángel le dijo: “No temas, Dios ha escuchado los sollozos del niño…”. Y como si fuese algo mágico, Agar pudo ver a la distancia algo parecido a un pozo de agua. ¿Estaré soñando? —se dijo restregándose los ojos para ver mejor—. Es que había pasado por ese lugar ya tres veces, pero recién ahora veía su salvación, ¡era agua en un pozo de nómadas! (las leyendas judías decían que Jehová lo había creado el viernes de la Creación Cósmica para este preciso momento, anda a saber si es verdad, es lo que investigué para hacer esta narración).

Madre e hijo, sedientos como nunca antes en su vida, se abalanzaron al pozo, temblando de piernas y brazos, apenas pudieron sacar el líquido vital que entró por sus gargantas apagando el fuego que allí estaba.

Una vez aplacaron su sed, la madre exclamó: “hoy he comprobado las misericordias de Dios para mi vida y la de mi hijo”, y lo acarició con sus quemadas manos mientras Ismael se recostaba en su pecho, encontrando el alivio que tanto necesitaba, las penas del alma y el cuerpo parecían desaparecer con lentitud allí en el desierto de Beerseba. Su padre lo había rechazado, pero el Padre Celestial cuidaba de él y haría del muchacho una nación tan grande como la de su hermano menor. Su madrastra había urgido un plan diabólico, pero Dios utilizaría ese plan en su favor; y su querida madre había sido humillada, no obstante que Dios es padre de huérfanos y esposo de viudas.

ORACIÓN: Señor, en tus manos, encomiendo mi vida y la de mi familia. Ayúdame cuando camine por el desierto, no me dejes en el día de mi angustia. Escucha mi gemir, mi llanto, mi pena. Cuando me sienta abandonado por mis seres queridos y traicionado por mis amigos, ayúdame a encontrar el agua de tu Espíritu, esa agua bendita que refresca el alma, compone los pensamientos y da fuerzas al cuerpo. Sí, Señor, abre mis ojos para ver —esa oportunidad, posibilidad, idea, recurso, ayuda, conexión, asociación—, ese pozo que la angustia no me deja ver. Aplaca los sentimientos encontrados porque el desierto ha sido duro, la vida implacable, el destino déspota, pero en ti me siento seguro cuál niño en el seno de su madre; contigo acompañándome en mi peregrinar, puedo decir, “EL DESIERTO NO PODRÁ CONMIGO”. Amén.

by Gabriel Gil (Génesis 21:8-21).

  • Tomado de mi libro, “Reflexiones de un Peregrinaje”, página 115, publicado en el 2015.

ENTRE TODAS LAS MUJERES

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Hay un personaje bíblico que ha quedado en segundo plano en nuestros púlpitos protestantes. Una persona clave que, a pesar de su centralidad en el drama de la salvación, los evangélicos apenas mencionamos. Se trata de María, la madre de Jesús de Nazaret.

Claro está, reconocemos que nuestro silencio sobre María es una respuesta a los excesos de otras tradiciones cristianas. En nuestra cultura hispana, moldeada por un catolicismo conservador, María es vista como la mediadora entre Jesús y la humanidad. Nuestro pueblo hispano no solo venera a María, también le dirige rezos y oraciones pidiendo que interceda ante Dios. En ocasiones, la misma Iglesia Católica Romana ha fomentado estas prácticas, como cuando algunos sacerdotes dicen frases como “A Jesús, por María”, instando así a la gente a rezarle a la mujer que consideran “madre de Dios”.

Bueno, mi intención en esta hora no es hablar a favor o en contra de la enseñanza de la iglesia católica sobre la persona de María. Para eso tendríamos que entrar en consideraciones históricas y teológicas que convertirían mi plática en una conferencia. Mi intención es hablar de María, la joven judía que en su temprana adolescencia fue sorprendida por el llamado de Dios.

¿QUIÉN ERA MARÍA?

La Biblia no dice mucho acerca de María de Nazaret. El relato de Lucas la presenta como una joven que, aunque vivía en la región norteña de Galilea, provenía de una familia del sur de la región de Judá.

María se presenta, además, como parienta de una mujer llamada Elizabeth, la cual queda embarazada en forma milagrosa a pesar de su avanzada edad. Elizabeth, quien vivía al sur en la región de Judá, estaba en su sexto mes de embarazo cuando Dios llamó a María a un ministerio muy particular. La Biblia dice que Dios envió al ángel Gabriel al poblado de Nazaret, portando un mensaje para una joven llamada María. Y si digo “joven”, se debe a que María debía ser una adolescente. En la cultura judía antigua, las mujeres se casaban a muy temprana edad, casi siempre entre los diez y los trece años. Es decir, se casaban cuando apenas estaban entrando a la adolescencia. Esto se debía, entre otras cosas, a la alta tasa de mortalidad entre obstetras y a las mujeres de la antigüedad. Dado que no existían ni ginecólogos ni salas de maternidad, muchas mujeres morían en el parto antes de llegar a los veinte años. Por esta razón, era común que un hombre que pasaba de los cuarenta años –cosa rara en la antigüedad– se casara por lo menos tres veces.

Quizás ahora podamos entender mejor lo que la Biblia quiere decir cuando nos informa que María estaba “desposada” con un hombre llamado José. Una de las reglas del judaísmo antiguo era que las jóvenes, después de casarse legalmente, debían vivir por un año con sus padres. No era hasta el final de ese año de separación que se celebraban las bodas, se consumaba el matrimonio y la pareja podía vivir unida, casi siempre en casa del padre del novio. Lo interesante es que durante el año de separación (ella en casa de sus padres y el en la de los suyos), la pareja se consideraba legalmente casada. La única manera de romper el vínculo era por medio de un divorcio.

Entonces, ¿Quién era María? Una joven pobre, no mayor de 13 años, que vivía en un pequeño poblado del norte del país. Como la mayor parte de las mujeres de su época,

  • No había ido a la escuela
  • No sabía leer ni escribir
  • No había estudiado las Sagradas Escrituras
  • No acostumbraba hablar con hombres extraños en público
  • Y no estaba preparada para encontrarse con el ángel de Dios

ENTRE TODAS LAS MUJERES

El texto nos dice que Gabriel entró “donde ella estaba” (v. 28a). La mayor parte de las personas que vivían en Galilea habitaban en cuevas, en grutas de piedra en medio de las montañas. Si el encuentro fue en su casa, María seguramente se encontraba en una cueva húmeda y oscura.

El saludo, que nos parece tan piadoso y tan extraño, no es más que el saludo común y corriente de la época. Literalmente, el ángel le dice “regocíjate” (gr. xaire). Entonces le dice que ha sido favorecida, es decir, llena de alegría o de gracia. El “saludo” del ángel termina afirmando que María ha sido bendecida por Dios de manera especial entre todas las mujeres del mundo (v. 28).

Como es de esperar, María se espanta ante la presencia y las palabras del ángel. Por un lado, los ángeles que aparecen en los evangelios parecen seres humanos comunes y corrientes. En este sentido, María tendría miedo ante la presencia de un intruso. Por otro lado, el ángel la llama “agraciada y bendita” cuando ella se considera una mujer humilde. El ángel lee el miedo de María y le habla de manera similar a la forma en que hablaban los profetas del Antiguo Testamento. Le dice: “No temas,” reafirmando que ha sido favorecida por Dios. Entonces pasa a explicar en detalle su mensaje:

“Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su Reino no tendrá fin” (Lucas 1.31-33).

Jesús, el nombre del niño que habrá de nacer, significa “Dios salva”. Su nombre explica su naturaleza y su misión. El mensaje del ángel es claro: María ha sido escogida para ser la madre del Mesías, del Cristo, del Enviado de Dios para salvación de la humanidad. Este es un llamado al ministerio. No al ministerio ordenado de la proclamación de la Palabra y la celebración de los sacramentos, sino al ministerio de criar al Hijo de Dios.

De alguna manera, este cuadro evoca los llamamientos de los profetas de antaño. Lo interesante es que todos presentaron objeciones o excusas al llamado de Dios.

  • Moisés presenta varias excusas, particularmente su tartamudez (Ex. 3).
  • Isaías se considera un hombre pecador e inmundo (Is. 6).
  • Jeremías aún no había nacido cuando recibió el llamado divino (Jer. 1).
  • María también resiste el llamado divino, afirmando que ella no puede concebir dado que nunca ha tenido relaciones sexuales y aun falta tiempo para consumar su matrimonio con José (v. 34).

La respuesta final del ángel evoca el Antiguo Testamento a varios niveles. El mensajero divino dice:

“El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios. Y he aquí también tu parienta Elisabet, la que llamaban estéril, ha concebido hijo en su vejez y este es el sexto mes para ella, pues nada hay imposible para Dios” (Lucas 1.35-37).

En primer lugar, la respuesta del ángel nos recuerda cómo Dios siempre contestaba las objeciones de las personas a las cuales llamaba al ministerio. Aquí el ángel le asegura a la joven María que el nacimiento del niño será posible gracias a la intervención divina. En segundo lugar, la respuesta del ángel nos recuerda las muchas mujeres estériles del Antiguo Testamento que lograron concebir gracias a milagros divinos. Ahora los nombres de Elizabeth y María se unirán a los de Sara y Ana, testigos del milagroso poder de Dios. En tercer lugar, la respuesta del ángel nos recuerda el mensaje que Dios a Sara en Génesis 18: “Nada hay imposible para Dios”.

MARÍA, MODELO DE DISCIPULADO

Al final de la historia, Dios se sale con la suya. Por medio del ángel Gabriel, Dios llama y comisiona a una mujer para un ministerio único en la historia de la salvación: ser la madre del Mesías. Después de experimentar el llamado de Dios –y de experimentar el miedo que da saberse ante lo divino– María responde con fe al llamado de Dios.

“Entonces María dijo: Aquí está la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia” (Lucas 1.38).

La palabra que nuestras Biblias traducen como “sierva” también puede traducirse como “esclava”. María se llama a si misma “esclava de Dios”. ¡Qué distinto es este cuadro al que pinta nuestra cultura! María no se presenta como la madre de Dios, ni como la intercesora ante Jesucristo ni, mucho menos, como la reina del cielo. No. María se describe a si misma como una “esclava” al servicio de Dios, dispuesta a abrazar el “ministerio” que Dios pone en sus manos.

Y es precisamente en este punto donde los evangelios presentan a María como un modelo a seguir. El evangelio según San Lucas describe a María como una creyente fiel que está dispuesta a acatar la voluntad de Dios para su vida, aún cuando eso signifique que sufrir la burla de la gente.

La pregunta que se impone es si nosotros estamos dispuestos a negarnos a nosotros mismos con tal de obedecer a Dios. Es decir, ¿estamos dispuestos a convertirnos en esclavos de Dios con tal de obedecerlo?

Esta es una pregunta que todos tendremos que contestar en su momento. Porque Dios no llama sólo a unos pocos; Dios llama a toda la humanidad a identificarse con el niño que nace en Belén de Judea. Dios llama a todo creyente a participar en el ministerio de la reconciliación. No tengas duda.

Dios bendiga a María, y Dios bendiga a todas las mujeres que siguen su ejemplo hoy.

¡Feliz día mujer!